Los orígenes de la Quinta de Bolívar se remontan a 1680, cuando el bachiller Pedro Solís de Valenzuela hizo donación de una porción de tierra a la capellanía de la Ermita de Montserrat. De esta propiedad, la Ermita dispuso hasta el 29 de enero de 1800, cuando el presbítero domiciliario y capellán de la misma, canónigo José Torres Patiño, la vendió al acaudalado comerciante José Antonio Porto carrero, contador principal de la Renta de Tabaco en Santafé, quien inició la construcción de la quinta como casa de recreo, pudiendo disfrutar de su obra hasta 1810, cuando falleció. Sus herederos no pudieron efectuar el mantenimiento adecuado de la quinta, debido a que se encontraban en exilio por ser partidarios de la Corona. Para 1819, la quinta se encontraba en un estado de abandono extremo.
Después de la Independencia, la propiedad fue comprada por el nuevo gobierno independiente como regalo para Simón Bolívar. El Libertador la ocupó por primera vez en 1821 y luego en 1826. Durante este período fue ocupada por un pariente de Bolívar, quien la dejó descuidar nuevamente. Luego, en 1827, regresó el Libertador junto con Manuelita Sáenz, quien convirtió la quinta en lugar más amable para la vida y centro de reuniones políticas de los seguidores de Bolívar.
En 1830, la casa, conocida en ese entonces como la Quinta de Porto carrero, fue traspasada a manos de José Ignaciano París, y durante el resto del siglo XIX tuvo diferentes usos: fue sitio de reuniones de grupos políticos conservadores, colegio de señoritas, casa de salud, fábrica de bebidas y fábrica de curtiembres. En 1922, el Estado la volvió a comprar para su restauración y puesta en funcionamiento de un museo bolivariano.
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